NACIONALES

Brenda Quevedo lucha por su inocencia tras dos décadas de injusticia

México.- En las faldas del Ajusco, al sur de la Ciudad de México, una patrulla de la Guardia Nacional vigila la casa de Brenda Quevedo, no para protegerla, sino para asegurarse de que no escape de su arresto domiciliario.

Este es el último capítulo de una pesadilla que comenzó hace casi 20 años, cuando Isabel Miranda de Wallace, una figura pública influyente, la señaló como parte de la banda que secuestró y asesinó a su hijo, Hugo Alberto, en 2005.

Quevedo, de 45 años, creció en un entorno de clase media, donde estudió, viajó por Europa y dominó varios idiomas.

Sin embargo, su vida se desmoronó cuando Miranda de Wallace lanzó una campaña mediática que la retrató como una criminal despiadada, empapelando la ciudad con espectaculares que la acusaban de secuestradora y asesina, además de ofrecer recompensas por su captura.

Medios sensacionalistas, como el escritor Martín Moreno, la describieron como una «prostituta que seducía hombres», basándose en fotografías de una fiesta de Halloween en la que se disfrazó de conejita de Playboy.

Tras huir a Estados Unidos, Quevedo fue extraditada y pasó 17 años en prisión, donde sufrió torturas, aislamiento y abusos sexuales en penales como Islas Marías y Nayarit.

Recientemente, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ordenó la liberación de Juana Hilda González, otra acusada en el caso, al demostrar que su confesión fue obtenida bajo tortura.

Para Quevedo, esto representó «un rayo de esperanza», aunque su propio proceso sigue en un limbo legal.

Ella soñaba con que Miranda le pidiera perdón y admitiera su error, pero Wallace falleció en 2024 sin retractarse.

Quevedo ha perdido todo: su familia vendió propiedades, incluyendo un departamento valuado en 5 millones de pesos que ahora es irrecuperable, y su salud mental quedó fracturada.

En prisión, tocó fondo y llegó a intentar suicidarse en Islas Marías tras meses de aislamiento, sintiendo que prefería morir a esperar ser asesinada.

A pesar de su sufrimiento, encontró consuelo en la meditación y la literatura, inspirándose en las obras de Viktor Frankl y Edith Eger, supervivientes del Holocausto.

Aunque ahora es libre físicamente, sigue bajo estricta vigilancia y lucha para que el Estado mexicano reconozca su inocencia y repare el daño.

«La Corte dijo la verdad: hubo tortura y fabricación de pruebas. Eso ya es un triunfo», afirma.

Su caso pone de manifiesto las fallas brutales en el sistema judicial, que incluyen confesiones forzadas, linchamiento mediático y la colusión entre autoridades y acusadores privados.

Isabel Miranda de Wallace se convirtió en un ícono de la «justicia por mano propia», respaldada por presidentes como Fox, Calderón y Peña Nieto.

Sin embargo, las recientes sentencias de la SCJN revelan que su cruzada se basó en mentiras.

Quevedo, ahora, ríe con ironía al recordar a su perseguidora: «No sentí gusto cuando murió. Solo esperaba que admitiera la verdad».

Su lucha es recuperar su nombre y asegurar que México no olvide cómo el poder y los medios pueden destruir vidas inocentes.

También podría interesarte

Más de:NACIONALES

Comments are closed.