SLP.- En México puede tenerse pretexto para evadir cualquier cosa, menos el convivio o aquella conmemoración que permita endulzar un paladar o bien, apapachar el estómago.
Es posible mezclar el luto y la alegría como parte del ciclo que algunos consideran infinito por la muerte y la vida.
Juan Pablo Ramírez Alvarado aprendió a hacer pan cuatro años atrás, como herencia familiar.
Le enseñó su tío, pero la tradición se refleja tanto en su padre, como en su abuelo.
El Día de Muertos no solo llegó con cempasúchil y papel picado este 2020.
Panes con figuras antropomorfas y nuevos diseños se adaptaron a la demanda de quienes recuerda a un ser que goza del descanso eterno.
A ello se añade el relleno de nata o chocolate, con una producción que puede ir de 400 piezas en un día a dos mil 400 y en ocasiones, cuatro mil.
Sin embargo, a veces se unen las tradiciones.
Tiempo atrás lo notamos con el híbrido de mantecada y concha, o ésta última con churros -incluso donas-.
Al final, la creatividad es clave en la gastronomía.
Concluida la festividad de los muertos, ese pan circular con canillas o huesitos en la parte superior a modo de puntos cardinales y cuya estructura comparan con un cráneo, no desea desaparecer.
Pan de fiesta o no, fue fusionado para los adelantados; aquellos que desde hoy piensan en enero y la recepción de los Reyes Magos.
Es un esfuerzo de combinar el aroma y sabor que sorprenda.
Agua de azahar, miel, sal, manteca… experimentar para atraer y ganarse el corazón -o el antojo- de la gente.
Por: Paulina Rodríguez