Hong Kong.- Varios centenares de jóvenes manifestantes, vestidos de negro y equipados con cascos y máscaras antigás, han rodeado este sábado la oficina de la jefa del Gobierno autónomo de Hong Kong, Carrie Lam, como parte de las protestas en el centro de la antigua colonia británica. La Policía ha reprimido con gases lacrimógenos y un cañón de agua los intentos de cerco, en los que varios manifestantes han lanzado cócteles molotov o ladrillos. El caos se ha apoderado del centro de la ciudad. Las protestas continúan pese a la prohibición de manifestarse decretada para este sábado, el día más tenso desde que las protestas comenzaron en junio.
“¡Ánimo, hongkoneses! ¡Resistid por Hong Kong!”, eran algunos de los gritos que proferían los jóvenes. Los aplausos se volvían gritos de entusiasmo cada vez que conseguían devolver a las filas de la Policía alguno de los botes de gas lacrimógeno.
La intentona de acercarse a la oficina de Lam era uno más de los numerosos gestos de desafío con los que decenas de miles de hongkoneses se han echado a la calle, en la decimotercera semana de protestas contra el Gobierno autónomo y un polémico proyecto de ley de extradición.
Los ánimos estaban extraordinariamente caldeados. Este sábado se celebraba el quinto aniversario de la presentación, por parte del Gobierno central chino, de una reforma al sistema electoral hongkonés que en su día generó un rechazo frontal y desencadenó las protestas que se acabarían conociendo como el Movimiento de los Paraguas. Pero el viernes, la Policía no solo había prohibido definitivamente la celebración de una manifestación multitudinaria para conmemorar la fecha, además, había detenido a nueve prominentes activistas y legisladores de la oposición pandemócrata, a los que acabó poniendo en su mayoría en libertad bajo fianza a las pocas horas.
Pese a la prohibición, o quizá precisamente por ella, una marea de color negro, el color de las camisetas que se han convertido en el uniforme de las protestas, volvió a cubrir este sábado el centro de Hong Kong. Varios grupos hicieron gala de la imaginación para desafiar el veto: algunos se reunieron para orar en un céntrico estadio, aprovechando que las concentraciones religiosas estáticas —no las procesiones— no necesitan autorización previa. Otros se concentraron frente a la oficina de Lam, católica practicante, para rezar porque se le perdonaran sus pecados. Otros se reunieron para “ir de compras” masivas.
Y decenas de miles de personas acabaron marchando, sin que la policía hiciera más gesto de impedirlo que emitir una serie de advertencias públicas a través de comunicados, por las principales avenidas del centro de Hong Kong, pese a la lluvia intermitente.
“No me sumo a la marcha porque mis hijas tenían miedo por mí y me han pedido expresamente que no lo hiciera”, comentaba Sam, de 56 años, que animaba a los manifestantes desde la acera. “He nacido aquí, en Hong Kong, pero a mi edad me planteo marcharme en cuanto me jubile, en cuatro años. China quiere acabar con esta ciudad, que ya no podamos manifestarnos. Nos quieren callados y complacientes”, sostenía. “Pero no lo van a conseguir. No tenemos miedo”.
Como otros manifestantes, Sam advertía de la posibilidad de que se produjeran incidentes violentos, de los que culpaba por adelantado a la Policía. “Si dejaran a la gente expresarse en paz, no pasaría nada”.
Los enfrentamientos se producen un día después de la detención de varias figuras del movimiento y del veto a la protesta de las autoridades, que se han escudado en los altercados del domingo pasado, uno de los momentos más graves desde el inicio de las manifestaciones el pasado junio. La convocatoria partió del Frente de Derechos Humanos y Civiles, la asociación que ha estado detrás de varias marchas pacíficas multitudinarias.
Este sábado se cumple el quinto aniversario de la reforma electoral, dictada desde Pekín, que relegaba el sufragio universal en la elección de jefe ejecutivo de la región y lo sustituía por una elección limitada a los candidatos preseleccionados por un comité muy controlado por China. La decisión desencadenó el llamado «Movimiento de los Paraguas» de 2014. Durante 79 días, se sucedieron las protestas, muchas de estudiantes, y se ocupó el centro de la ciudad.
Las detenciones de este viernes han afectado a protagonistas de aquel momento, dos caras conocidas en Hong Kong: el antiguo líder estudiantil Joshua Wong, que encabezó las protestas de hace cinco años y fundó el partido Demosisto, y a su compañera de filas Agnes Chow, activista como él en el Movimiento de los Paraguas. Ambos han quedado en libertad bajo fianza, pero Wong se enfrenta a cargos de incitación, organización y participación en una asamblea ilegal (un cerco al cuartel general de la policía, en junio) y Chow, de incitar y participar en ella.
Estas detenciones presagiaban un endurecimiento de la posición de la Policía y el Gobierno autónomo ante esta ola de manifestaciones, que ha supuesto el desafío más grave a la estabilidad de la antigua colonia británica desde su regreso a la soberanía china en 1997.